domingo, 12 de agosto de 2018

LOS CONTADORES DE CUENTOS EN LA PLAZA DE MARRAKECH

Hay un dicho en la ciudad de Marrakech que dice: “Si un cuenta cuentos muere, se pierde una gran biblioteca“. Y esto se podría extender a toda la geografía de Marruecos, ya que durante siglos, los cuenta cuentos han sido los transmisores de la sabiduría popular a través de la cultura oral. Actualmente, quedan pocos de estos maestros de la narrativa oral, pero sus historias continúa reuniendo a decenas de oyentes a su alrededor.Contar historias y cantar canciones son dos actividades profundamente arraigadas en la cultura bereber y han formado parte de sus rituales diarios. Los cuenta cuentos viajaban de pueblo en pueblo contando historias sobre el modo de vida de tierras y pueblos distantes, proporcionando a sus oyentes,  una ventana al mundo, un noticiario oral que rompía la monotonía de la jornada y servía de entretenimiento a todos los públicos.

Con la fundación de las primeras ciudades es probable que surgiera un tipo de cuenta cuentos más sofisticado, profesionalizado y pagado. Surgen así los hlaykia que solían contar sus historias a las puertas de las murallas medievales frecuentemente acompañados por el son de la música. Para subsistir puede ser que acompañaran esta actividad con la venta de amuletos, pócimas y talismanes. Se estima que en Marrakech la tradición de contar cuentos se inició un siglo después de su fundación aunque la primera mención escrita sobre ello es del Siglo XVII, en la que el teólogo El Hassan Youssi escribe "Llegué a Marrakech en el año 1060 (1650 DC). Allí me vi en una gran explanada donde se rezaban plegarias al profeta. Después me sume a un gran corro de gente que escuchaba a un anciano que contaba historias cómicas." El arte de contar historias no es algo que pueda hacerse de cualquier manera. Durante siglos los encargados de narrar estos cuentos han sido personas que se han entrenado y se han preparado de manera concienzuda para transmitir estos relatos que pasan de una generación a otra de manera oral.
Al caer la tarde, es normal ver como la gente se arremolina en torno de los dos o tres contadores de historias que todavía acuden a la plaza Jemaa El Fna para hacer vibrar a un entregado público sus historias del Bien contra el Mal y hacer sentir que se participa de manera activa en ellas.
La modulación de la voz, la utilización de sus manos, los gestos de la cara y toda la expresividad de su cuerpo hace que te sumerjas en la narración aunque no entiendas el idioma. No es necesario saber de qué habla el cuenta cuentos, ya que la experiencia va más allá del idioma y hay que deleitarse con la misma narración y disfrutar con las reacciones de los espectadores.
En la plaza están los músicos africanos, los adivinadores del futuro y encantadores de serpientes. Pero el oficio más bonito de todos es el de los cuentacuentos, viejos sabios que comparten sus historias con los presentes a cambio de unas monedas.
Hay algo que no se recuerda con la suficiente frecuencia: la plaza Jemaa El Fna fue considerada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO no por la arquitectura de los edificios que se alzan en ella, ni por los pequeños restaurantes o comercios que hay en ella, sino porque allí se continúa transmitiendo esa cultura inmortal gracias a la labor de los cuenta cuentos.

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